lunes, 24 de marzo de 2008

Reflexiones


Puno: Cenicienta sin Príncipes

Por: Hernán Cornejo-Roselló Dianderas

El departamento de Puno es en el Perú una cantera cultural mal explotada, peor difundida y considerada como territorio marginal habitado por gentes de segunda categoría. Se abomina con extrema facilidad de sus valores humanos y de su respetable cantidad de recursos patrimoniales que son minimizados o considerados inverosímiles. “¿Puno con recursos?, ¡imposible!”, responden a coro cientos de peruanos. “Pero si Puno es territorio productor de expatriados y exportador de pobreza”, reiteran. “¿Selva en Puno?, ¡a otros incautos con ese cuento!”, rechazan indignados miles de limeños de última generación o provincianos de la costa. “¡Si Puno es puna, es sierra, es mancha india y cuna del frío!”, sostienen con absoluta seguridad, sudorosos ecologistas en guayabera. “¿Que la maca es originaria de Puno? ¡Son inventos!”, farfullan, “¡la maca creció en las estribaciones del Chinchaycocha!, replican sin duda.

Y nadie cree lo cierto: que tenemos la ceja de selva más rica en yacimientos de oro de América del Sur. Allí descansan intocados los placeres de Aporoma, Inambari y Bajo Marcapata y reclaman nueva inspección las vetas de la mítica mina de Santo Domingo; pocos aceptan que nuestra selva baja con Bahuaja Sonene, Candamo o Tambopata, Colorado y Guacamayo, sea única, virgen e inagotado almacén de multiplicados embrujos. Nadie sospecha que en el septentrión oriental del departamento de Puno nace la ecorregión de la Sabana de Palmeras que venció al bosque de la selva baja —de terrenos anegadizos y ácidos que en muchos lugares hacen imposible la producción agrícola intensiva— y que fue estudiada y definida por el oxapampino Antonio Brack Egg. Esa Sabana de Palmeras no es otra que nuestra poco conocida “Pampas del Heath”, que más en lontananza sirve de límite a nuestro departamento con los de Madre de Dios y con el Pando boliviano en un tripartito desconocido y con indudable futuro económico, porque la ecorregión de marras, luego de ver la luz en territorio puneño, empieza a correr, indetenible, considerables extensiones de Paraguay, Argentina, Brasil y ocupar gran parte de territorio boliviano en lo que sin duda es un hinterland de gran potencial...

Nadie admite que Puno posea lo que posee. Y los primeros incrédulos son los mismos, los mismísimos puneños que creen que su entorno es únicamente folclórico. Sin ir muy lejos —porque nuestra impreparación histórica, geográfica y de comprensión sobre la heredad recibida es elocuente— pocos admiten que la maca, al igual que la papa, introdujera sus primigenias raíces en la masmédula del Altiplano-Titikaka y no en otras profundidades de altura... en fin... la lista es larga y la visión de puneños y peruanos, corta.

No obstante, a nuestro militante mundo de tinieblas hay que añadirle la ágil complementación de culturosos vulgarizadores de historia y geografía peruana radicados en Lima y provincias, que sin escrúpulos describen, dibujan y divulgan el país con la prolijidad de un basto talador de bosques que a mandoblazos furiosos desfigura la realidad. Pese a los avances en el conocimiento de temas nacionales —producto de la proliferación de enciclopedias mediáticas que ambicionan divulgar al Perú— el saber específico y la particularidad de cada pueblo son ignorados y se convierten inalcanzables para quienes pretenden alcanzarle esos conocimientos al pueblo y a su juventud. Los que hacen lo que, ahora, hacen, lo hacen mal y los usuarios que leen lo que, ahora, leen, internalizan los errores como correa de transmisión que perpetúa la mala información. Puno, así, vive doble orfandad: Una, de los peruanos que transmiten conocimientos malos o epidérmicos y otra, de los propios puneños que creen que su realidad simplemente se viste de polleras cortas en determinadas épocas del año y del verano.

Pero, vamos por partes. En la ciudad de Puno son numerosos los corrillos integrados por protagonistas eventuales que sólo se sonrojan de indignación cuando algún analista, describe las piraterías que subrayan los contrabandos, por ejemplo, de música que contra nuestra heredad perpetran “creadores” de otros departamentos o países, o se molestan cuando se les atiza sentimientos de pertenencia luego de detallar los plagios de coreografía o las “decorosas” expropiaciones de la vicuña y la alpaca que cometen los empresarios arequipeños que en el mundo las venden como si fueran de ellos —y producto de su esfuerzo creativo, cuando es resultado de maniobras expropiatorias que hace décadas se consolidaron— dejando a los indefensos puneños como convidados de piedra. Las vicuñas en este tiempo y, probablemente, las alpacas más tarde, serán de todas partes menos de Puno, su tierra de origen. Sobre “llovido mojado”. Lo poco que tenemos sirve para aumentar la riqueza no ganada de otros y potenciar nuestra pobreza. Pese a esas constataciones el disgusto grupal es efímero y no trasciende. Pronto el dato recibido atiborra la profusa memoria colectiva nutrida exclusivamente de olvido selectivo.

Pero, respecto de Arequipa, ¿no será que los puneños instrumentan una especial relación que, cual estimulante paradoja, ha convertido la expropiación en certero boomerang? Veamos. Frente al caso de la reciente, no más de 25 años, incautación comercial de alpacas y vicuñas o a la antigua utilización, desde el siglo XIX, de la lana de ovino, del mundo del agro y de la tierra altiplánica por empresarios arequipeños que no invirtieron en Puno ni un céntimo partido en veinte —lo que entre otras cosas hizo difícil crear riqueza en ese medio por añadidura severo y hostil— los afectados habitantes de la meseta optaron por trasladarse a la ciudad de Arequipa a “compartir” con sus ocasionales explotadores el resultado de lo obtenido con sus bienes y así gozar del impoluto mundo urbano que se recreaba y construía con sus recursos. Pues bien, ahora la ciudad de Arequipa y sus alrededores conforman el hogar nativo, la expansión natural de los puneños que desde hace más de cinco décadas se ha convertido en el primer departamento del Perú que produce: “arequipeños de primera generación”. La retribución de los puneños —frente al disfrute inmoderado de sus bienes explotados sin su consentimiento— moldea las sutilezas de la cortés reciprocidad andina que recupera lo suyo con paciencia, como el cazador que espera su hora de triunfo para hacerse de la presa. “Gracias, dicen, hoy día, los paisanos, ya era hora de que tuviéramos una ciudad grande y con buen clima para procrear y producir economía y sociedad.” En fin, por ahí van las cosas y modelan la urdimbre y la trama en una novela abierta cuyos epílogos todavía no están dispuestos a escribir los puneños y menos los arequipeños que desconocen la naturaleza de la saga. Al fin y al cabo el departamento de Puno con Altiplano, selva, lago y recursos humanos activos y proactivos, es rico, así —por el momento— produzca más pobres que ricos. ¿Cambiarán las cosas?

Pese a esas modalidades de resistencia e inteligente acomodamiento a los excesos perpetrados contra ellos, muchos puneños, nacidos en cuna miope y vencidos antes de calzar pantalones, ni siquiera defienden como probable lo extraordinario de su realidad que, si la introyectaran, hubiera permitido que el Perú no estuviera tan desguarnecido, digamos, en la selva oriental, al extremo que Puerto Maldonado, la capital más oriental del país, pareciera que estuviera lejos, lejísimos del Perú.

En ese escenario de cosas hechas o mal hechas o por hacer, los puneños de la supuesta clase dirigente viven plácidos encontrándose migajas en el ombligo, saciando su conformismo sin ánimo de rebatir el reiterado escamoteo de recursos y, sin voluntad para aprender del entorno, efectuando, por ejemplo, periódicos e inteligentes periplos de instrucción puneñista por el sorprendente territorio altiplánico y por las numerosas selvas y ecorregiones que el Hacedor depositó en el divorcio de aguas y los bajíos del espacio nor departamental. Para ellos quizá fue un disgustante destino nacer en el Altiplano-Titikaka. Una significativa legión de paisanos de Vilcapaza, San Román o José Antonio Encinas, como sostuvo ese gran heresiarca que fue Gamaliel Churata, oculta su origen, desdeña su identidad y prefiere, para el caso, transferir su progenitura al patrón de turno, no por un plato de lentejas como lo hizo el bíblico, sino por un plato de chupe de camarones, un picante tacneño, un Chiriucho otoñal, una mazamorra morada y con eso quizá alcanzar un paulatino descobrizar y empalidecer del origen o quién sabe para la aplicación de otros sutiles mecanismos de compra de nueva identidad que faciliten encubrir procedencia y renovar ascendencia.

Así en el contexto nacional, salvo por lo producido, explotado y divulgado en los escenarios dancístico y musical, todo el universo de potencialidades puneñas vive encriptado por obra nativa y distorsionado por acción u omisión foránea. Puno es espacio siberiano al que arriban los castigados como el vargasiano, Pantaleón Pantoja o es tema que se enseña con impropiedad. Ejemplos al canto.

La edición “Todo Perú: Enciclopedia multimedia” de El Comercio que pretende hacer conocer el país de manera objetiva, y que al final es negocio y mercadeo masivo, deteriora más la realidad y contribuye a la desinformación de lectores ávidos de conocer y amar instruidamente a su país. Esa enciclopedia consigna en uno de sus CD-Room que la producción de quinua, cañihua, etc., es aporte de todos los departamentos del Sur, excepto de Puno, que no aparece y no existe en la pantalla. No figura siquiera como último furgón del tren, es decir, no está ni en la cola de la cola. La omisión es inmensa e injustificable. En el caso de la papa, igual. ¡Todo el Sur peruano produce papa, menos Puno! ¿No recuerdan los autores del puneñicidio, que el origen de ese tubérculo fue la cuenca del Titikaka? ¿Qué mal informado redactor consumó esa exclusión? Suponemos que se hizo sin querer queriendo. Comprobamos que igual que en épocas anteriores, el analfabetismo ilustrado, que difunde la realidad del país y sus múltiples rostros, predomina y descansa en los pies fatigados de agentes viajeros que no distinguen olluco de oca e izaño de mashua y menos chuño ruqui de chuño queni y tunta de moraya. No saben que en muchos lugares de Puno el cuello se llama tonqori y esa diferenciación idiomática no es banal: procrea su propio matiz y alberga sugerente connotación. ¿Cómo difundir lo particular, la esencialidad de los pueblos sin conocerla? ¿De qué especificidad cultural hablamos si todo se mide con el rasero de la simplificación más ramplona?

Ni qué decir de la “Enciclopedia Ilustrada del Perú” que con extraordinaria prolijidad condujo Alberto Tauro del Pino y que, después de su muerte, republicó ampliada el año 2002 el diario El Comercio —que no desaprovechó ocasión para retirar, de la enciclopedia de Tauro, a personalidades peruanas que no son ni fueron de su simpatía. En los ítems referidos a Puno cita gato como liebre. A la isla de Umayo la ubica en el Titikaka, a los Ayarachis de Paratía los bautiza como danzarines del Sicuri de Taquile. A varios lugares y distritos les cambia el topónimo de manera apoteósicamente desorientada. La mala información suple a la realidad y la difama sin escrúpulos. Sería delirante consignar la implacable sumatoria de errores que singularizan esa enciclopedia no preparada por peruanistas sino perpetrada por despistados trashumantes.

¿Qué hacer ante las voluminosas erratas? “Antes no estábamos en las enciclopedias, ahora nos incluyen y nos toman en cuenta”, afirman los conformistas. Sin reconocer que los errores no aclarados se convierten en verdades perversas que alimentan los lugares comunes y nutren cierto “saber popular” inepto para catabolizar necedades y que, por eso, se distorsiona y vuelve “saber prejuicioso”. Los prejuicios en el Perú son tan grandes que un censo que mida todos ellos no cabría en el centenar de tomos de la Espasa Calpe completa y con addendas.

Constatar que las instancias formales que influencian en Puno no leen lo que deben, no se informan sobre la realidad inmediata que administran, no es tarea de Hércules Poirot. Ésas instancias y sus mentores esperan que por generación espontánea aparezca, de aquí a algunas décadas en la obra foránea, la autenticidad de nuestra realidad. ¿A qué esperar que el vecino nos “descubra” y difunda, si sabemos que lo hace mal y desdeñosamente? ¿Por qué las municipalidades provinciales y distritales se ubican en la tribuna y aplauden la mojiganga cultural y no preparan un producto más auténtico? ¿Por qué las universidades, que proliferan como hongos, no enfrentan gráfica o visualmente ese desdén informativo? Unos juegan con cemento en medio de la charca despoblada construyendo abominables plazas que adornan la pobreza y enriquecen sus bolsillos; otros se fatigan editando obras y publicaciones en castellano que requieren traducción. ¿Por qué desde Puno no se emprende la tarea de escribir nuestra historia y divulgar nuestra real geografía? El solfeo frasea, canta e indica que nos desplazamos de Guatemala a guatepeor.

Y la cosa va para más guatepeor. Desde hace unas semanas el diario La República en colaboración con la empresa PEISA, Promoción Editorial Inca Sociedad Anónima y la universidad Ricardo Palma de Lima empezaron a publicar el “Atlas Departamental del Perú” cuyo tomo tres está dedicado in extenso a informar sobre geografía, economía, cultura y turismo de Puno y Tacna. Pues bien, en lo concerniente a Puno y a sus diferentes mapas hidrográficos, económicos, políticos, etc., que en ese tomo se consignan, todos sin equivocación —delineando una desinformación propia de adversarios y enemigos nutridos de pertinacia ahistórica rayana en la estupidez— están mutilados en lo que corresponde al segmento septentrional occidental. ¡Nos mocharon la oreja superior izquierda del mapa en un porcentaje fríamente calculado para colocar a Masuko en territorio Madrediosino! ¡Un mapa que inclusive fue y es fuente de inspiración artística y al que hemos antropoformizado! ¿Recuerdan al sicu puneño cuya cara era el departamento y cuyas orejas o tocados artísticos nacían, ambos, a 13 grados de latitud Sur cuyos trazos hacia el nor occidente empiezan cuando el río Chaspa desemboca en el Inambari a 71 grados y 8 minutos longitud oeste y luego de pasar por Astillero terminan hacia el nor oriente cuando el Sayadije se interna en el Heath a 68 grados 50 minutos longitud oeste? Pues, ahora ese mapa, ese rostro, está mocho. Estos geógrafos divulgadores convirtieron una ocupación distrital, meramente coyuntural, en un problema de límites departamentales tirándose a la garrocha las leyes fundativas que delinearon y definieron los confines y espacios departamentales. ¿Sabemos cómo lo hicieron? Dice que lo hicieron amparados en la visión tubular del INEI, Instituto Nacional de Estadística e Informática que así demuestra que la validez y profundidad de sus conocimientos sobre el país generan estropicio y fracturas. La cosa no importaría porque al final de cuentas y balances, todo queda en territorio patrio, sin embargo, se trata de territorios de latentes recursos auríferos y mineros porque al estar avenados por el Marcapata y por varios otros ríos que se formaron en la cordillera de Carabaya —filón de oro y nutriente de placeres de mítica nombradía y milunanochesca evocación—, la cosa posee otro brillo y su aroma despide diferente perfume. A tiro de piedra de Masuko —que es territorio puneño, momentáneamente capital (¿?) del distrito de Inambari en la provincia de Tambopata en Madre de Dios y usado por cusqueños para sacar madera y otros productos de esa selva dependiente— está el Huaypetue cuyo oro compite con el que se extrae de san Antonio de Poto. ¿Para qué decir más si ahora lo que hay es hacer? La carretera Transoceánica, llamada también Interoceánica por los meticulosos que pesan huevos de mosca en telas de araña, es fundamental para que los puneños nos instalemos en los espacios que dejamos de ocupar y contribuyamos, en el futuro, a que se ocupen bien los espacios que aún no se han ocupado.

Por último, en esta singladura del descalabro, habría que añadir que la contaminación ambiental que sufre el Golfo de Puno (llamado mal, “Bahía Interior de la Bahía de Puno” en un confuso trabalenguas producto de la pobreza idiomática de muchos periodistas y profesores universitarios que desde la década de los 80 divulgaron el despropósito de bahía interior de la bahía [¿?]), está producida por el vertimiento de aguas residuales afectando aproximadamente 18 kilómetros cuadrados que suman menos del 0.O2 % del total de la superficie del majestuoso Titikaka. ¿Y qué se dice? Se dice, exageradamente a los cuatro vientos, que el Titikaka está contaminado y lleno de estiércol abonante y eutrofizador; sin tomar en cuenta la desproporción que afecta todo un continente y su contenido. De ahí se infiere que los puneños son temible plaga que embarra todo cuanto toca. Dicen que desde los años 40 sus desplazamientos masivos indujeron el colapso de servicios en ciudades de la costa. Así los emigrantes puneños fregaron a sus vecinos. Hoy convierten al Titikaka en la equívoca terminación verbal de esa palabra: caca que correctamente escrita y traducida es “Qaqa” que quiere decir y dice: piedra, en quechua. Los puneños, ahora, se friegan a sí mismos. Y todo es una impune exageración no contrastada por un equipo de puneñistas que escriba, desmienta y enfrente las afrentas. ¿Es o no mala leche la vida penosa de un departamento de Puno y de su gente que semeja a una Cenicienta sin Príncipe que la salve, siendo una belleza de subyugante asperón andino y de cálidas temperaturas selváticas, que vive inerme ante el bombardeo que proviene de diversos frentes?

En un país discriminatorio hasta el mocontullo, al extremo que hasta entre parientes o miembros de un mismo clan el menosprecio es ley y la segregación por tinte y opción, medios u ocupación, se impone: ¿qué decir sobre Puno, considerado grisáceo mundo que nadie redime y territorio de altura y frío que, por añadidura, equivale a serranía, indianidad y pobreza? Entonces, para calificarnos, cualquier insensatez es verosímil, cualquier exceso es normal. Así el desprecio hacia lo puneño se convierte en sinónimo de buen gusto y de acertada inteligencia diagnóstica.

Puno está solo en el universo. No tiene padrinos ni hijos interesados en defender la matriz terrígena. No tiene embajadores sino detractores propios y extraños. Mientras los nativos de otros departamentos se encaraman en el poder y forman coros palaciegos que ablandan el cerebro de los opositores a sus intereses locales e integran gabinetes que gestionan obras y beneficios para sus regiones, nosotros nos dedicamos a beber, bailar y gozar. Así de simple.
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